El Hombre de La Calle
A este hombrecillo que todo lo hace bien, que siempre camina, que siempre camina, a este hombrecillo que nada puede hacer, lo llamarĂ© desde ahora el hombre de la calle. Nunca se levanta tarde, se afeita muy bien –la patilla izquierda, la patilla izquierda–, desayuna una pizca, porque no tiene más; mirad si lo hace bien el hombre de la calle. Saca un cigarrillo, ¡ay no!, que no tiene, cuando fuma es de gorra, cuando fuma es de gorra: los amigos, si lo ven, se hacen los distraĂdos... ¡quĂ© poco fumarás, hombre de la calle. Baja en ascensor, ¡ay no!, que no tiene, camina deprisa, camina deprisa, en el rellano de abajo, encuentra a Roser, te pones colorado, hombre de la calle. La mujer no lo sabe, ¡ay no!, que no tiene, ¡quĂ© mal pienso!, ¡quĂ© mal pienso!, se le muriĂł, ya ni sabe de quĂ©; eso es un pecado, hombre de la calle. Abre su cochecito, ¡ay no!, que no tiene; no tiene una peseta, no tiene una peseta, no quiere cambiar el Ăşltimo billete... ¡ya ves quĂ© papel, hombre de la calle.
A pie va al trabajo, de eso sĂ que tiene; mucho menos querrĂa, mucho menos querrĂa, si no hay dinero, tampoco hay Roser... ¡lo tienes muy crudo, hombre de la calle. Le duele la cabeza, ¡ay no!, que no tiene; antes la tenĂa, antes la tenĂa; un dĂa la perdiĂł y no la encontrĂł más... no tienes nada de nada, hombre de la calle.
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