Sobre una colina chata Garay trazó cuatro vientos; por un costado La Pampa, al otro lado un Riachuelo y el río contra la espalda y contra el pecho el desierto con su horizonte de paja y su techumbre de cielo. Garay trazó diez manzanas sobre un cuadrado perfecto y el sitio de las campanas y el lugar de su gobierno y las casas capitanas y los tejados modestos y el ámbito de la plaza para los grandes recuerdos. Garay trazó con su espada la forma de un pueblo nuevo.
¿Cómo era la pampa aquella sin gauchos y sin cencerros, sin chinas, ranchos, ni güeyas, sin boliches ni puesteros? ¿Cómo era entonces La Pampa sin estancias ni potreros, sin una sola guitarra, sin el ladrido de un perro?... ¿Sin un mazo de baraja, sin el grito de un resero, sin un fogón y una casa, sin un mate y sin un cuento?...
Sólo era una pampa pampa, con un desierto desierto y su horizonte de paja y su techumbre de cielo. Qué raro que se quedaran los españoles aquellos, atados a las distancias clavados a los silencios. Tal vez porque ya eran otros distintos de los primeros. Tal vez porque ya eran criollos a fuerza de sufrimientos. Porque llegaron del norte inaugurando senderos madurados por los soles y las lluvias de febrero.