Llené mi pecho con el aire del potrero. Le di a la mala con la leña del tablón. Y fue mi canto un estribillo futbolero. El primer canto que grité de corazón.
No tuve nunca quien me diera mejor fiesta que los domingos esperados como el sol. Y este delirio de seguir mi camiseta y la alegría reventando cada gol.
Si mi mejor juguete fue redondo. Y mano a mano, nadie pudo más, porque al final de cuentas sólo tuve esa posible forma de ganar. Mi infancia caminó por aquel cielo, por tanto barro que debió esquivar. Y todos los domingos vuelvo y vuelvo, por el desquite que la vida no me da.
Yo vi los goles que se cuentan a los nietos y las pifiadas que dan ganas de olvidar. Rompí el carnet cuarenta veces, eso es cierto, pero por eso no me han visto desertar.
Porque tuve berretines goleadores y de este lado del alambre los colgué. En cada grito voy soltando los mejores pedazos de alma, que rodando amasijé.