Eterna como el sol, tú eres eterna... y eterna vives en mi corazón... Yo te llevo en mis pupilas, yo te siento entre mis venas eterna como el llanto de mi amor... Llegas a la fiebre de mi boca como el vino de esa copa que devoro con la sed... Inútil ansia de apagar mi sueño... si es llama viva en tu querer...
Ya no me queda una esperanza ni una ilusión de vida. Y sin embargo si supieras cómo te siento mía... Se agiganta tu cariño como el sol cuando la muerte nos perdona y llega el alba... Y se agranda este vacío como el tiempo inexorable, como el grito de mi alma. Ya no me queda una esperanza, ni un eco de tu voz. Pero en el seno de mi pecho vives, febril como mi madre, eterna como Dios.
La muerte me hallará por los caminos, y hasta la muerte me tendrá piedad... Pero el ruego de mi pena, mi dolor de peregrino, ninguno más que tú lo entenderá. Lóbrego, entre el polvo de la huella, bajo un hálito de estrellas a los campos les diré: que no se cierran mis heridas nunca, porque es eterno el vaso que apuré...