Niño indio, si estás cansado, tú te acuestas sobre la tierra, y lo mismo si estás alegre, hijo mío, juega con ella.
Se oyen cosas maravillosas al tambor indio de la tierra: se oye el fuego que sube y baja buscando el cielo, y no sosiega. Rueda y rueda, se oyen los ríos en cascadas que no se cuentan.
Se oye mugir los animales; se oye el hacha comer la selva. Se oyen sonar telares indios. Se oyen trillas, se oyen fiestas.
Donde el indio lo está llamando, el tambor indio le contesta, tañe cerca y tañe lejos, del que huye y del que regresa.
Todo lo carga, todo lo toma y no hay tesoro que lo pierda lleva a cuestas lo que duerme, lo que camina y que navega; lleva vivos y lleva muertos el tambor indio de la tierra.
Cuando muera, no llores, hijo. Pecho a pecho ponte con ella, te sujetas pulso y aliento como que todo o nada fueras, y la madre que viste rota la sentirás volver entera. Y oirás, hijo, día y noche, caminar viva tu madre muerta.