Está sentado ahí. Todos saben que es comunista, lo respetan, se sabe, es pobre y rico, generoso al convidar, al envidar y hasta para echar el resto. Confirmo, porque todos sospechan, que tiene miles y miles de compañeros almas y más.
De la frágil materia del olvido, pétalo a pétalo te alcé, ilusoria, tan hondo para amar, tan resentido, que vuelvo el rostro a toda mi memoria.
Pero no quiero en esta mala gana, verte como a una Alicia en el espejo, inalcanzable mancha de una plana, cuando era niño, cuando no era viejo.
La memoria es amante que requiere un tiempo que no puede ser el mío; no puedo ser el silbo de lo umbrío, yo soy el cazador, soy el que hiere.
Jacarandoso árbol de la flor, que pone azul a toda la plazuela y que te vio guardándote mi amor, como a fruto robado, una chicuela.
Y yo, que duermo a veces en el seno de una bebida con calor de madre –qué digo, no, tan sólo de comadre–, amo el valor del que cayó en el cieno.
El amor que blasfema, atado como un perro a dura estaca y aleja del costado del poema, una visión pueril de toma y daca.
El alma tan mentida, el tiempo frívolo de sacrosanto viernes de pasión vestido; la irresponsable llama de la vida en el pábilo negro de mi canto, y ese señor olvido, que no olvida, y ese señor espanto.
(Los textos en cursiva corresponden a partes recitadas y pertenecen a Alfredo Zitarrosa)
Compositor: Washington Benavides - Alfredo Zitarrosa