No pregunten de a’nde soy, vengo del tiempo aparcero, y ni los mismos senderos se imaginan p’ande voy; voy tiempo arriba y estoy conforme con mi destino, de andar solo y peregrino, durmiendo sobre mis garras, y despertando guitarras a la orilla del camino.
Sin facón en la carona ni lazo ata’o a los tientos, traigo un temblor que los vientos dejaron en mis bordonas, y una pena en las lloronas que no levantan el vuelo, porque el rigor del pihuelo la lleva atada a mi huella, de no, ya serían estrellas alumbrando desde el cielo.
Ya no tengo ni querencia y las leguas no me espantan, porque no hay pa’ los que cantan más pago que el de la ausencia; nada me ata a la esistencia, voy muriendo al tranco lerdo y, en ocasiones, me pierdo tras los horizontes rojos, con un niebla en los ojos y acosa’o por los ricuerdos.
Me han echa’o en el fogón ramitas de mataojo, espinas en el rastrojo, dolor en el corazón; y voy con esta canción en los labios de una herida, pa’ que al final de mi vida quede mi canto despierto, pues todo cocuyo muerto deja una luz encendida.